La soja transgénica es, por definición, agroquímico-dependiente. No se sostiene su desarrollo sin cantidades cada vez mayores de venenos herbicidas e insecticidas, provocando el primero de los problemas que preocupan: sus efectos sobre el medio ambiente.
Desde el año 1995, aproximadamente, hace su aparición la soja transgénica, provocando una verdadera explosión en el área sembrada con esta oleaginosa. A partir de allí se suceden problemas para el medio ambiente, alteraciones de la salud, especialmente en lo reproductivo, y un panorama futuro verdaderamente preocupante para los agricultores.
En 1995 hace su aparición un producto de revolucionaria concepción que venía a resolver la penuria habitual de los productores agrarios, acosados por los bajos rindes y los altos costos, se trataba de una variedad de soja denominada transgénica. Esta propiedad, su transgenicidad, lograda a través de la inclusión, por ingeniería genética, de un gen derivado de la caléndula, la hace resistente al glifosato, un herbicida de alta potencia que suprime todas las malezas que compiten por los nutrientes del suelo.
Desde entonces empieza generarse un monstruo de tremenda perversión y de muy difícil manejo.
La soja transgénica es, por definición, agroquímico-dependiente. No se sostiene su desarrollo sin cantidades cada vez mayores de venenos herbicidas e insecticidas, provocando el primero de los problemas que preocupan: sus efectos sobre el medio ambiente. Cuando se fumiga un cultivo no es únicamente este cultivo el afectado. Los campos linderos son alcanzados por la deriva, los cursos de agua son afectados por la filtración o la acción directa del veneno, asesinando la fauna acuática.
La soja transgénica tiene un efecto determinante sobre la economía particular del agricultor, pero también sobre la nacional. Este hombre cuyo trabajo ha sido sinónimo de sufrimiento, de dependencia de los precios de insumos relacionados con monedas extranjeras y de producción pegada a una moneda siempre débil y oscilante, ha encontrado en el espejismo de la soja la aparente solución a sus penurias. Además la novedad del silo bolsa o silo chorizo le permite mantener la producción en su campo, a la espera de mejores precios, y no entregarla al acopiador en el momento de la cosecha, que es por siempre cuando menos vale. Sin embargo, nadie advierte a este productor que su soja transgénica es ya casi maldita en Europa, en China, en Africa, en Medio Oriente; nadie quiere acallar el hambre con un producto que no es para consumo del pueblo.
Las enfermedades que los venenos agroquímicos producen van a pesar sobre una ecuación económica del país cuando haya que atender la dañada salud de los afectados, que seguramente recaerán sobre el ya debilitado sector público. Y ante esta sumatoria de aumento del gasto en salud más la imposibilidad de seguir vendiendo un producto que nadie quiere comprar, nos vamos a encontrar con la dificultad de producir una alternativa posible en un suelo desgastado por el Glifosato.
Finalmente, y quizá en forma primordial, la salud de nuestra gente se va a ver perjudicada. Por la constante exposición a productos que matan hierbas, insectos, peces... ¿cómo va a continuar esta lista?
Por la terrible acción de los delincuentes hormonales que endosulfan introduce en nuestros organismos simulando ser sustancias naturales, incapacitando a nuestra gente para la concepción.
Y peor aún por los efectos del consumo del poroto de soja transgénica como si fuera un alimento en lugar de ser un inhibidor de la absorción de hierro que le vamos a dar a niños anémicos provocando un déficit evolutivo intelectual irreversible y una dosis de símil hormona femenina que administrada por debajo de los dos años va a provocar un desbalance sumamente peligroso en esa edad.
Salud seriamente perjudicada, economía destruida, medio ambiente severamente dañado es la trilogía que, como herencia a las futuras generaciones va a producir la soja transgénica.
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